viernes, 21 de abril de 2017

Marcia no es un libro

Cuando cumplí quince años, mis padres decidieron llevarme a un psicólogo. Afortunadamente era joven, guapa y rubia.
            El problema era que yo pasaba todo el tiempo en casa, leyendo. Siempre me acompañaba un libro. Y eso no era normal. No tenía teléfono móvil, ni me gustaban los videojuegos, ni salir con los compañeros del instituto, ni me había planteado, todavía, tener novia.
            Mi “locura” se acentuó una noche cuando, yo creía que estaba dormido, pero no puedo asegurarlo, los libros de mi estantería cobraron vida.
            De repente, pude contemplar cómo La isla del tesoro se hundía en la madera blanca y aparecía en su lugar El barón rampante, que poco a poco se alejaba hasta dar La vuelta al mundo en ochenta días; pero, lo más sorprendente fue ver cómo iniciaba un Viaje a la luna y Sherlock Holmes decidía investigar todo lo ocurrido.
            Esa mañana, durante el desayuno, se me ocurrió comentarlo en casa. Mis padres, muy pragmáticos ellos, decidieron que hasta ahí. Y ese mismo día, tras hablar con el vetusto pedagogo de mi instituto, decidieron que visitara a un psicólogo.

            Han transcurrido casi tres años de visitas mensuales. Marcia sigue siendo joven, guapa y rubia. Mi trastorno se ha ido acentuando progresivamente y yo, ahora, solo por verla, continúo mi vida siempre con un libro en la mano. Y no me avergüenzo de tener en ella un Corazón tan blanco.

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